Wednesday, May 03, 2006

Sobre los libros, la lectura y la poesía misteriosa

(alocución con motivo del Día de la lectura)

UNO

Desde hace siglos de siglos las mujeres y los hombres ríen, lloran, bostezan, cantan, corren, buscan, encuentran, pierden y recuperan el paso, una y otra vez. Hasta que un buen día se enamoran y luego, más tarde o más temprano, mueren. Eso es la vida. Pero a veces sucede que todo aquello se transfigura en sagrado y el mundo da una enorme y extrañísima vuelta.
De esa vuelta he venido a hablarles hoy, esta noche.
Y es que para dar cumplimiento a esta celebración de la palabra y de la lectura es necesario dar una vuelta completa, de 360 grados, una revolución para volver a calzar nuestros zapatos y pisar la tierra. Hay que hacer esto ahora para liberarnos de la tiranía de las noticias, del tráfico de órdenes y actos mecánicos que a diario nos mantienen artificialmente vivos.



DOS
¿Es que a veces no percibo que el aire está tan vacío como una ventana? Que una idea devora la pared, que no puedo detener ni con las manos ni con la mente aquello que estoy haciendo o pensando. Verdaderamente debemos parar el mundo. Debemos incorporarnos verdaderamente, con nuestros propios huesos y músculos, con nuestro amor y nuestra razón.


TRES
Celebrar la lectura, el libro, la palabra en estos días puede significar una extravagancia. En el mejor de los casos parece un lujo. Aunque no estoy de acuerdo con esa opinión puedo entender que para el acto de leer uno necesita algunas condiciones: el tiempo, el espacio y el silencio, de los cuales se dice que no abundan.
Sin embargo, por encima del sentido común, hay muchos sentidos puros. Si vamos a lo profundo, no necesitamos tiempo, porque somos tiempo. Es lo mismo que ocurre con el cuerpo, no tenemos cuerpo, somos cuerpo. Por eso yo digo que no se trata de tener o no tener tiempo, sino de conocerlo. Lo mismo puede decirse del silencio, que es una palabra tan ancha como para reducirla a la ausencia de sonido. Por lo demás, para asuntos del espíritu el silencio se percibe con el tacto, no con el oído. Por esa razón, estoy seguro que todos nosotros --en alguna de las múltiples fases o caras de nuestros tiempos y silencios-- podemos situar el hábito de la lectura.

CUATRO
Sin embargo, antes que habituarnos a leer libros y querer contagiar a otros, debemos habituarnos a hablar y escucharnos. Esta es una verdadera iniciación. No es tan simple, debemos reconocer que no hay trabajo tan arduo como aprender a hablar. Por eso un niño es digno de asombro. Los educadores lo saben muy bien: adquirir el lenguaje no se hace por contagio, ni por imitación. Contamos con el misterio de la genética humana que nos hereda desde hace siglos una constelación de habilidades afectivas y cognoscitivas que empiezan a desplegarse en plena infancia. Ese es el tan mentado pan bajo el brazo.

No obstante, debemos considerar el mundo que recibe a nuestros hijos. El mundo se erosiona, se rompe, si en el hogar no se le presta importancia requerida no digamos a los libros sino a las palabras. Es decir, si los padres no valoran el alma que las palabras transportan en la conversación, en los diálogos e incluso en las discusiones, cómo vamos a pedirles a nuestros hijos que adopten el hábito de la lectura. Si las palabras están desacreditadas, si no se puede confiar en ellas, si no sirven para expresar nuestra individualidad, nuestra sensibilidad, ni para que los otros nos escuchen, nos reconozcan y respeten, ¿para qué, digo, para qué darles un libro?

Hay que tener cuidado. Leer un libro es uno de los más altos triunfos del ser humano. Pero es un acto de veras complejo, no exento de malos entendidos y de perversiones.


CUATRO
No podemos convertir todo que lo usamos en objetos. Las palabras, por ejemplo, tienen vida y dignidad de seres vivos. En la infancia las palabras nos enseñan el amor y nos ayudan a alcanzar a los mayores. En la madurez las palabras le dan sabor a la experiencia. Y en la vejez las palabras iluminan la memoria. Así debemos verlas: siempre vivas, dialogantes, junto a nuestra pequeña eternidad.





CINCO
¿Cómo obtiene un hombre las palabras primordiales? Leo para ustedes un texto del escritor mexicano Homero Aridjis en el que nos dice cómo hace un poeta.

Alerta como pescador frente a un río lleno de peces / deja que pasen las palabras en su cabeza y que pasen una y otra vez sin que las tome y así horas así días / oyendo a veces únicamente a una que suena al roce del aire en cada letra como si consonantes y vocales fueran cuerdas hasta que repentinamente sus labios se entreabren y su cuerpo se agita ante la palabra muda que respira y exhala breve pero profundamente como en una alegría que separa en antes y en después la vida

SEIS
André Breton dice que en la mayoría de casos, la imaginación abandona a las personas a los veinte años. Se refiere al tipo de imaginación sin límite alguno, aquella que incesantemente está creando.


SIETE
No es mi intención endiosar a las palabras ni a la lectura. No tendría que hacerlo porque el mundo, fuera de este recinto, se encargaría de desmentirme. Las palabras pueden cambiar de signo en un santiamén, pueden servir en el caso de los políticos elocuentes, para esconder, para engañar, para hacer perder el tiempo, para tapar crímenes y en general para estafar a la gente. Ese tipo de palabras tiene un valor de cambio, son como dinero o como un cheque. Pasado el tiempo irremediablemente caducan.


OCHO
¿Qué clase de oficio es el del escritor? En un mundo envilecido, donde las palabras pierden sentido o cambian de sentido según la conveniencia de los poderosos, ser escritor puede ser un oscuro oficio. Sin embargo, pensemos en un día en que se deje de hablar y escribir en un idioma. Seria el crimen perfecto porque no habría testigos.

NUEVE
¿Por qué que debemos leer? ¿Cuál es nuestra creencia? ¿Qué relevancia puede tener para la vida que leamos un poema? Y si adoptamos el hábito de leer poemas será éste un hábito conveniente?
Cada cual tiene su respuesta, cada cual puede murmurarla o gritarla ahora mismo.
(Voy a leer un poema, por favor les pido que presten atención al paisaje que describe el poeta) les diré a continuación por qué.


Un poeta dice lo siguiente:

Soy un guardador de rebaños,
El rebaño es mis pensamientos
Y mis pensamientos son todos sensaciones.
Pienso con los ojos y los oídos
Y con las manos y los pies
Y con la nariz y la boca
Pensar una flor es verla y olerla,
Y comer un fruto es saberle el sentido.
Por eso, cuando en días de calor
Me siento triste de gozarlos tanto
Y a todo lo largo que soy me tumbo en la hierba
Y cierro los ojos calientes,
Siento todo mi cuerpo tumbado en la realidad.
Sé la verdad y soy feliz.


Este poema no necesita comentario, pero me puede servir para ilustrar por qué creo que una y otra vez la poesía, como el amor y el dolor, vuelve a poner al hombre como medida de todas las cosas.

Leo de nuevo el poema

Soy un guardador de rebaños,
El rebaño es mis pensamientos
Y mis pensamientos son todos sensaciones.
Pienso con los ojos y los oídos
Y con las manos y los pies
Y con la nariz y la boca
Pensar una flor es verla y olerla,
Y comer un fruto es saberle el sentido.
Por eso, cuando en días de calor
Me siento triste de gozarlos tanto
Y a todo lo largo que soy me tumbo en la hierba
Y cierro los ojos calientes,
Siento todo mi cuerpo tumbado en la realidad.
Sé la verdad y soy feliz.

Alberto Caeiro (heterónimo de Fernando Pessoa)

Ahora bien, quiero decirles otra cosa más: algo que se puede comprobar en cualquier momento: de la misma manera como la lectura da vida a un libro, una mirada da vida al paisaje. De esta manera si nos habituamos a leer, a mirar largamente la vida, a escucharla largamente, a darle vida al paisaje tendremos una vida más rica y moriremos como los ancianos de la Biblia, llenos de días.

DIEZ

Los poemas tienen fama de expresar los sentimientos de los seres humanos. Por ejemplo este poema de Pablo Neruda, en el que se celebra el himeneo y los goces carnales del amor.

Ausencia

Apenas te he dejado,
vas en mí, cristalina
o temblorosa,
o inquieta, herida por mí mismo
o colmada de amor, como cuando tus ojos
se cierran sobre el don de la vida
que sin cesar te entrego.

Amor mío,
nos hemos encontrado
sedientos y nos hemos
bebido todo el agua y la sangre,
nos encontramos
con hambre
y nos mordimos
como el fuego muerde,
dejándonos heridas.

Pero espérame,
guárdame tu dulzura.
Yo te daré también
una rosa.

Pablo Neruda

ONCE

Ahora bien la poesía está plena de sentidos, no sólo de sentimientos.
Un poema sentimental es como la televisión, nos cuenta todo, todo se dice y todo está resuelto. A veces nos sentimos identificados con los sentimientos del poeta. Son los mismos que los nuestros. En esos casos el poeta nos transmite un sentimiento, una información, es una manera de hacer comunidad, de seguir confiándonos nuestras historias. Pero prefiero particularmente aquellos poemas que están cargados de misterio, que nos hacen participar en extrañas aventuras, que obligan a participar activamente al lector. Por lo general, son los textos en que el autor tiene una conciencia más cabal del poder de las palabras y de la expresión.
A veces en esos poemas incluso hay partes que no se entienden, no me refiero a las palabras difíciles, sino a los sentidos oscuros. Debemos descubrirlos. En estos poemas hay partes muy claras, luminosas, que todos podemos entender de una sola hojeada, pero hay otras partes que son hechas ex profeso para permaneces opacas, oscuras. Este es un efecto, digamos prestado de las artes plásticas, que me encanta.

Este fragmento del poema LLUVIAS de Saint John Perse


Innombrables son nuestros caminos y nuestras moradas inciertas. Así abreva de la divinidad cuyos labios son de arcilla. Vosotros lavadores de los muertos en las aguas madres de la mañana, y esta es la tierra todavía en las zarzas de la guerra, lavad también la casa de los vivos. Lavad, oh lluvias, el rostro triste de los violentos, el rostro dulce de los violentos, pues angostos son sus caminos y sus moradas inciertas.

Lavad, oh lluvias, el lugar de piedra para los fuertes. En las grandes mesas se sentarán, bajo el arco de sus fuerzas, aquellos que nunca se embriagaron con el vino de los hombres, aquellos que nunca se mancillaron con el gusto de las lágrimas y de los sueños, aquellos que no se preocuparon por sus nombres dichos en las trompetas de huesos... en las grandes mesas se sentarán, bajo el arco de su fuerza, en el sitial de piedra de los fuertes.

Lavad la duda y la prudencia con los pasos de la acción, lavad la duda y la decencia del campo de la visión. Lavad, oh lluvias, lavad la nube sobre el ojo del hombre de bien, sobre el ojo del hombre bien pensante. Lavad la nube sobre el ojo del hombre de buen gusto, sobre el ojo del hombre de buen tono, la nube del hombre de mérito, la nube del hombre de talento, lavad la escama sobre el ojo del Maestro y del Mecenas, sobre el ojo del Justo y del Notable... sobre el ojo de los hombres cualificados por la prudencia y la decencia.

Lavad, lavad la benevolencia en el corazón de los grandes Intercesores, el buen decoro en la frente de los grandes Educadores y las manchas del lenguaje en los labios públicos. Lavad, oh lluvias, la mano del Juez y del Preboste, la mano de la partera y de la amortajada, la mano lamida por los enfermos y los ciegos, y la mano baja en la frente de los hombres que sueñan aún con riendas y foetes... con el asentimiento de los grandes Intercesores, de los grandes Educadores.

Lavad, lavad la historia de los pueblos de las grandes mesas de la memoria, los grandes anales oficiales, las grandes crónicas de la clerecía y los boletines académicos. Lavad las bulas y los títulos y los Memoriales del Tercer Estado, los Conventos, los Pactos de Alianza y los grandes actos federativos. Lavad, oh lluvias, todos los velos y todos los pergaminos, color de muro de asilo y de leproserías, color de marfil fósil y de viejos dientes de mulas... Lavad, lavad, oh lluvias, las grandes mesas de la memoria.

Oh lluvias, lavad de los corazones de los hombres los más bellos dichos del hombre, las más bellas sentencias, las más bellas secuencias, las frases mejor hechas, las páginas mejor nacidas. Lavad, lavad en el corazón del hombre su gusto de cantilenas, de alegrías, su gusto de villanelas y de rondeles, sus grandes aciertos de expresión, lavad la sal del aticismo y del eufuismo, lavad la cama del sueño, y la pajiza cama del saber. En el corazón del hombre sin desprecio, en el corazón del hombre sin asco, lavad, oh lluvias, los más bellos dones del hombre... en el corazón de los hombres mejor dotados para las grandes obras de la razón.



He aquí que este poema nos asombra, nos habla de una función poco conocida de la lluvia: lavar los corazones de los hombres.

DOCE

Escribir un poema también puede ser un acto misterioso, puede estar unido a nuestras más secretas pulsiones. Un poeta como Rainer María Rilke por eso dice que para escribir un poema uno debe tener paciencia frente a todo lo no resuelto en nuestro corazón, se debe tratar de amar las preguntas mismas como a aposentos cerrados y como libros escritos en un idioma muy extraño.
¿Por que es así? Rilke nos dice que si uno rumia lentamente un poema sin escribirlo, si uno vive las preguntas tal vez en un lejano día, poco a poco, sin advertirlo llegue a penetrar en la respuesta. En ese sentido ejercer la poesía es ejercer como un oráculo de sí mismo.

CODA

Si perdemos la poesía, mutilamos el asombro. El hombre, empequeñecido, se desangra. Y el universo se extingue.

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